CARABAÑA EN EL SIGLO XVIII

EL CASO DE CARABAÑA EN EL SIGLO XVIII Fue preciso buscar alguna localidad de la que pudiésemos contar con ambas fuentes: las declaraciones individuales hechas para el Catastro y registros parroquiales completos de, al menos, toda la primera mitad del siglo XVIII. El pueblo de Carabaña en la provincia de Madrid, proporcionó la oportunidad. Las declaraciones de sus vecinos, de 1752, fueron localizadas en el Archivo Histórico Provincial de Toledo, ordenadas por estamentos, en libro encuadernado, de folios numerados, todos consecutivos, bajo el título «Declaraciones juradas de todas las personas hacendadas forasteras y de todos los vecinos de esta dicha villa de Carabaña de el estado seglar», que, a pesar de lo que indica, contiene también las del estado eclesiástico. En el archivo de su única parroquia de la Concepción se encontraron, entre otros, los libros que a continuación se reseñan, en cuyas anotaciones no se aprecian signos de irregularidad, salvo entre 1745 y 1747, período en que el nuevo cura párroco llegado al pueblo fue menos escrupuloso que sus antecesores.

Matrimonios, L.° 2.° – 1624 – 15 junio 1723

Matrimonios, L.° 3.° – 26 abril 1723 – 12 junio 1790

Matrimonios, L.° 4.° – 14 junio 1790 – 21 ? 1843

Bautismos, L.° 3.° – enero 1661 – 15 abril 1704

Bautismos, L.° 4.° – 9 abril 1704 – 1747

Bautismos, L.° 5.° – 21 enero 1747 – 7 mayo 1778

Bautismos, L.° 6.° – 14 mayo 1778 – 29 marzo 1802

Difuntos, L.° 3.° – 1672 – 1727

Difuntos, L.° 4.° – 1727 – 4 diciembre 1746

Difuntos, L.° 5.° – 4 diciembre 1746 – 8 mayo 1778

Difuntos, L.° 6.° – 1777 – 9 diciembre 1810

 — índice de bautismos y matrimonios de los siglos XVII y XVIII, con indicación de libro y folio donde se encuentran las partidas. 4. MEDIO SIGLO DE RITMO DEMOGRÁFICO Natalidad. El estudio de la natalidad exige, no sólo prestar atención a las partidas de bautismo —el cual solía tener lugar en los días inmediatamente posteriores al nacimiento—, sino a las de defunción que ofrecen el número de niños muertos antes del bautismo formal en la parroquia. . La tasa de natalidad en el medio siglo estudiado se situaría entre el 32 y el 40 por mil, dentro de los que Wrigley señala como topes normales de la tasa de natalidad para las poblaciones preindustriales: 15 y 45 por mil 1o. Bennassar había encontrado, para el agro circundante a Valladolid, en el siglo XVI, entre un 35 y un 45 por mil.

10 WRIGLEY, Ε. Α.: Historia y población. Introducción a la demografía histórica, Madrid, Guadarrama, 1969, p. 62.

Se observa una alternancia en el ritmo de la natalidad. Entre 1705 y 1714, el número de nacimientos decreció, seguramente por efecto de la disminución de la población que ocasionó la guerra, a causa de la huida de los habitantes para escapar a levas y tributos y por muertes; el alcande Francisco Sánchez Cañaveras lo reseñaba en 1712, haciendo constar que la población se había reducido a 50 ó 60 vecinos n . En un segundo momento, entre 1722 y 1735, el índice de natalidad subió por encima de la media de esos cincuenta años para luego caer a las cotas más bajas registradas, entre 1736 y 1745, coincidiendo con un largo período de epidemias de fiebres tercianas (ver fig. 1). En 104 parejas, la media de hijos contados entre la fecha del matrimonio y los 50 años de la mujer, fue de 5,9 y los períodos de máxima natalidad se situaron en torno a febrero, sobre todo, y a septiembre, lo que supone un máximo de hijos concebidos en torno a diciembre, pero sobre todo y de forma notoria en primavera, como es característico en la época (v. fig. 2). A lo largo de estos cincuenta años, doce niños, «hijos de padres desconocidos», fueron bautizados en la parroquia. Apadrinados por vecinos de Carabaña, eran conducidos posteriormente a la Inclusa de Madrid, según consta en las propias partidas de bautismo y en las actas municipales. Si a ellos añadimos seis hijos de solteras, de los que dos murieron inmediatamente y cuatro fueron legitimados por posterior matrimonio, obtenemos una tasa baja de nacimientos ilegítimos, de 1,2 %, que viene a coincidir con la que otras investigaciones encuentran para los medios rurales en la misma época 12. Desconocemos, sin embargo, si los «hijos de padres desconocidos» eran realmente ilegítimos, si eran hijos de mujeres de Carabaña o bien fueron abandonados en el pueblo por gentes de otras localidades, así como posibles nacimientos fuera de Carabaña de hijos ilegítimos de mujeres de la localidad u otras circunstancias que enmascarasen concepciones de esta índole. Las concepciones ilegítimas que hemos podido controlar, aun cuando el nacimiento ocurriese después del matrimonio, ascienden a 19, con lo que la tasa de concepción ilegítima podría elevarse a un 2,5 %, aunque hay que tener presente que en este último grupo pueden hallarse incluidos algunos prematuros. En la descripción que de las familias contienen las declaraciones al Catastro, falta por completo la presencia de hijos adoptados, incluso en aquellas que habían apadrinado a un niño abandonado. Por lo tanto, la educación de estos niños, cuando lograban sobrevivir a las penurias de la inclusa, debía llevarse a cabo en la institución. Mortalidad. El ritmo de defunciones fue notoriamente inverso al de nacimientos, con dos alzas importantes: una durante los primeros quince años del siglo, por efecto de la guerra, tal como antes dijimos, y otra a partir de 1733, cuando las fiebres castigaron duramente a los elementos de edades extremas. Los once o doce años, a partir de 1735, podemos considerarlos de auténtica crisis demográfica para Carabaña, con descenso de la natalidad y notable incremento de la mortalidad. Los nacidos en este época habían de corresponder a la población en edad escolar en 1752. La crisis se hace patente en la pirámide de población (ver figs. 1 y 4). La tasa de mortalidad puede situarse entre el 27 y el 34 por mil; ligeramente inferior a la de natalidad, permitía un lento crecimiento vegetativo (tasas de mortalidad y natalidad semejantes, características del antiguo régimen demográfico, se mantenían todavía en la España de 1900, según J. Nadal) ^. La mortalidad· infantil fue particularmente intensa. Del total de defunciones registradas en el medio siglo objeto de estudio, 48,27 % correspondieron a niños entre 0 y 10 años, 41,99 % a niños menores de 5 años y un 25,62 % a niños de menos de un año. Desde otro ángulo, por cada cien niños nacidos, 23 habían muerto antes de cumplir el año, 35 antes de cumplir los cinco años y 40 no llegaban a los diez. La muerte, y sobre todo la muerte infantil, estaba tan presente en la vida de las gentes que sus preocupaciones o inquietudes habrían de centrarse mucho antes en los problemas de supervivencia, buscando atender a necesidades primarias, que en los culturales y educativos. De los 5,9 hijos que, por término medio, tenía una familia, 2,7 murieron en vida de los padres y antes de asegurar, a su vez, descendencia alguna, por lo que en Carabaña, en estos 50 años, el reemplazo de generaciones se efectuó al ritmo de 3,1 por cada 2 personas, tasa ciertamente baja, capaz de originar pérdidas de población ante cualquier crisis, incluso local, como la que antes decíamos que evidenciaba la pirámide de 1752 (fig. 3). Cualquier matrimonio sabía que habría de ver morir a la mitad de los hijos que engendrase, y esta perspectiva tenía que condicionar forzosamente la percepción de la existencia humana y el valor que a las cosas se atribuyese. Es ésta una importante clave para interpretar correctamente la vida, cuando en su centro se encuentra, permanente, la presencia de la muerte. Nupcialidad. La media de matrimonios en esta primera mitad del siglo XVIII, fue de seis. Entre 1729 y 1740 el número descendió casi siempre por debajo de la media, lo que, de alguna manera, pudo contribuir a la crisis demográfica mencionada antes (ver fig. 1). La edad media a la que se contraía matrimonio, 27 años para los hombres y 24 para las mujeres, viene a coincidir con la que otras investigaciones señalan, para la misma época, en otros lugares de Europa  . La soltería no era frecuente. En las declaraciones para el Catastro tan sólo encontramos, eclesiásticos aparte, cinco hombres solteros, mayores de 40 años y ocho mujeres, de ellas tres amas de eclesiásticos, venidas de fuera, de quienes ignoramos si eran viudas. Es posible, sin embargo, que este escaso número de célibes deba incrementarse algo a causa de supuestos no declarantes, según más adelante veremos, a pesar de lo cual, el número de solteros cuyo estado, más allá de los 40 años, puede considerarse definitivo, debía ser reducido. Sobre las personas que habían contraído matrimonio, los esposos viudos (hombres y mujeres) alcanzaban un 13 %, procentaje similar al que J. Nadal encontró para algunas localidades catalanas en la misma época 15 . Lo habitual entre viudos jóvenes eran nuevas nupcias. Por el contrario, los viudos y viudas que en 1752 no habían vuelto a casarse representaban un 20 % sobre el mismo contingente; sin embargo, la edad de estas personas alcanzaba una media de 53 años para las mujeres y 54 para los hombres.

LA POBLACIÓN DE CARABAÑA SEGÚN EL CONTRASTE DE LAS FUENTES El cómputo de las declaraciones de 1752 para el Catastro arroja un total de 712 habitantes —355 varones y 357 hembras—, que se distribuyen formando la pirámide de población de la figura 4. Dos cuestiones se nos plantean de inmediato: 1.a si todos declararon; es decir, si habiendo declarado todos los vecinos, la pirámide refleja fielmente la población real de Carabaña en 1752; 2. a si declararon bien, lo que significa preguntarnos si cada declaración fue fidedigna en lo que a datos de población se refiere. Abordaremos sucesivamente cada una de estas cuestiones. Posibles modificaciones de la pirámide por falta de declaraciones. La reconstitución de las familias y el análisis de las partidas del registro parroquial, y la comparación con los datos aportados por las declaraciones para el Catastro, sugieren la modificación de la estructura de la pirámide del siguiente modo: 1.° Casos de personas aisladas: viudos, solteros, etc., no declarantes. Es posible la existencia de viudas mayores de 50 años, sin hijos ya a su cargo, que tal vez no presentaran declaración por inhibición a causa de su avanzada edad, por carencia de bienes u otros motivos. En consecuencia, podrían engrosarse algún tanto los efectivos de las cohortes de mayor edad y en la vertiente femenina, al no registrarse un fenómeno similar entre los hombres (al final de la vida, los viudos eran menos que las viudas; en las declaraciones, frente a 22 de aquéllos, hay 34 de éstas, y frente a 24 esposos viudos en 1752, sólo aparecen 12 esposas viudas, lo que quiere decir que la mujer viuda permanecía con más frecuencia que el hombre en dicho estado). Como mínimo, hasta nueve de estos casos, posibles o ciertos, se registran en Carabaña. Junto a esos «padres ya sin hijos», existe un grupo de «hijos ya sin padres», personas nacidas en Carabaña cuyos padres murieron antes de 1752, que no figuran por sí mismas en el Catastro y de las que el registro parroquial no ofrece información posterior a la de su bautismo. No podemos saber si eran o no vecinos en el momento de la confección del Catastro, si habían muerto o se habían afincado fuera del pueblo, o si, siendo vecinos de Carabaña, solteros o casados, no prestaron declaración. ¿Nos atreveremos a conjeturar que entre ellos se darán todas las categorías mencionadas? Este grupo de personas podrían alterar la pirámide de población, a lo más, con los efectivos siguientes:

Es de destacar la escasa incidencia en lo que a población en edad escolar se refiere. 2.° Casos de familias no declarantes. El registro parroquial, en esos 50 años, nos ofrece noticias de 91 familia* que no figuran en el Catastro. a) En 35 casos corresponden a matrimonios celebrados en la parroquia del pueblo entre vecinos de otras localidades y mozas de Carabaña, dándose la circunstancia de que en ocho de esos 35 casos aparece registrado el matrimonio y el bautizo del primer hijo, pero nada más (¿volvían algunas primerizas a la casa materna para alumbrar allí a su hijo?). b) En 16 casos se trata de bautizos de niños nacidos en Carabaña, hijos de forasteros, con toda probabilidad transeúntes, puesto que de dichas familias no hay noticias posteriores. c) En 10 casos los cónyuges no son de Carabaña, pero las familias parece que residieron algún tiempo en el pueblo, dadas las anotaciones del registro parroquial, que, sin embargo, cesan en fecha bastante anterior a la realización del Catastro, en el cual, por supuesto, tampoco figuran. Lo mismo sucede en 9 casos más, con la salvedad de que en ellos los cónyuges, o el marido al menos, sí eran naturales del pueblo; trátase probablemente de familias que pudieron marchar de la localidad y de las que ninguna noticia suministra el registro en los últimos veinticinco años. d) En otros 6 casos, las anotaciones del registro aluden expresamente a que, aun nacidos los cónyuges en Carabaña, son familias avecindadas en otras localidades. e) Finalmente se nos ofrecen los casos de 15 familias, de las que resulta difícil conjeturar su vecindad en Carabaña, sin haber realizado declaración para el Catastro, o su ausencia del pueblo: e’) Una viuda y un viudo con hijos, cuyas familias y las de sus progenitores estuvieron de siempre afincadas en el pueblo y cuyas declaraciones, sin embargo, no figuran. Estas dos personas pudieron haber muerto fuera de Carabaña, no estando registradas por ello sus defunciones, o podrían residir con hijos o hermanos avecindados en otras localidades, aunque siempre resulta extraño que dichas familias, oriundas del lugar, no declarasen posesiones algunas en el mismo. e ‘ ‘) Once familias forasteras cuya vecindad en Carabaña atestigua el registro parroquial en fechas relativamente próximas a la realización del Catastro: 1738, 1741, 1743, 1744, 1745, 1746, 1747, 1749 y 1751. e'») Dos familias oriundas, él o ambos cónyuges, de Carabaña, cuya vecindad, como en el caso anterior, testifica el registro parroquial por última vez en 1748 y 1735 respectivamente, y que tampoco figuran en el Catastro. Todo ello nos permite concluir: 1.°, que los casos más probables de familias oriundas de Carabaña, que no figuran en el Catastro, pueden reducirse a cuatro (e’ y e'»), no considerando las nueve del apartado c), de las que ninguna noticia hay en los últimos 25 años. 2.°, que, excluidos estos cuatro, los restantes casos «sospechosos» son de familias forasteras o en circunstancias especiales, lo que, evidentemente contribuye a reducir el índice de «sospecha». 3.°, que, en el caso extremo de considerar las quince familias del apartado e), la población de Carabaña quedaría aumentada con los efectivos que a continuación se indican, de los que tan sólo seis personas, cuando más, estarían en edad escolar:

Finalmente, diseñamos la corrección máxima que por falta de declaraciones admitiría la pirámide de población obtenida de los datos del Catastro, tras el análisis que antecede, recalcando una vez más, lo poco afectadas que se verían, por dicha corrección, las cohortes en edad escolar.